El cuaderno de Bitacora  
 
  La mejor forma de Adelgazar es NO hacer Régimen 22-01-2025 04:57 (UTC)
   
 
 
Las dietas y la libertad. Emilia landaluce
La mejor forma de adelgazar es no hacer régimen.
 
Voz profunda y documental:
Ha llegado septiembre. El ser humano acaba de retornar de sus vacaciones. Ya en su domicilio habitual, se enfrenta al juicio de su principal enemigo: la báscula. El grito es intenso y desgarrador: “Pero ¿cómo he podido engordar seis kilos?” Y nuestra conciencia, maldita traidora, nos delata: “Claro, las tapas, lo helados, las copitas…” Atrás queda la visión de nuestro cuerpo, prieto y cincelado, en traje de baño. La imagen que nos devuelve el espejo es bastante más desalentadora.
 
Los kioscos se inundan Especial dietas. Entonces cunde el pánico. Los gimnasios y las consultas de los nutricionistas se abarrotan de hordas desesperadas que luchan por eliminar cualquier resquicio de gordura para enfrentarse al juicio sumarísimo de la sociedad.
Pero cuán duro es renunciar a los deseos del cuerpo cuando la comida es una de las mayores dichas de la vida y sobre todo porque comer y beber, como la política, son también actos sociales. Y porque aunque el verano ya ha pasado, la vida continúa y es difícil renunciar a una de las mayores dichas de ser humano: el deleite gastronómico. 
Hasta la llegada de la Navidad, nos acostaremos con la férrea resolución de ponernos a régimen al día siguiente, sin embargo cada jornada otoñal resultará una ineludible cita con las tentaciones gastronómicas. Afortunadamente comienza el frío y podemos contar con el abrigo como única coartada que puede ocultar nuestra gordura al tribunal popular. Sin embargo, con las bajas temperaturas también llega el natural deseo por las reconfortantes comidas calóricas como guisos, estofados y demás.
 
Y cierto día renunciamos a una cena porque el régimen de turno impide comer pasta. Otro, decidimos no asistir a una fiesta porque el alcohol es un tabú inquebrantable y la resaca es una aliado preferencial del atracón. Así poco a poco renunciamos a la vida y el régimen totalitario comienza a dominar la existencia del individuo. De esta forma exiliaremos las patatas fritas, la mantequilla, la grasa… y cada decisión comenzará a supeditarse a las normas del régimen. Así después de un mes de obligado ostracismo, decidimos que a lo mejor un chorreante bocadillo de calamares no es el enemigo. Y al bocadillo le sigue un cruasán, y al cruasán un solomillo con patatas, y con el solomillo, una botella de tinto… Y entonces se produce la anarquía contra el régimen totalitario que domina la existencia de los seres humanos.
 
Como cada septiembre, finalmente recurriremos al Biomanan, para renegar de él a las pocas horas. Así día tras día, año tras año.
Porque pese a que Occidente vive un en una aparente democracia, el 80% de la población está sometida a una de las dictaduras más totalitarias: los regímenes de adelgazar.
Al igual que a esa inmensa mayoría hasta hace unos años, mi vida giró entorno a una misma idea: perder peso. 
Ni siquiera recuerdo la primera vez que me puse a régimen, pero en seguida me di cuenta que las prohibiciones de los regímenes de adelgazar provocan frustraciones que se traducen en ataques al régimen impuesto, revoluciones: esto significa que nos saltaremos la dieta y nos forraremos con todos los alimentos que se nos dicen vedados

De esta forma descubrí, como liberales, que para adelgazar, y lograr la felicidad del cuerpo, lo mejor es no hacer régimen e impedir la intervención de la dieta en la vida del individuo. Y así lo logré. Adelgacé 10 kilogramos sin esfuerzo. Convertí mi cuerpo en un esbelto estado liberal donde el papel que juegan las dietas de adelgazar es mínimo y ese camino hacia la libertad alimenticia y a la delgadez es lo que he tratado de plasmar en mi ensayo novelado Las dietas y la libertad. (Editorial Devecchi, 2008).
 
En mi camino hacia la delgadez puedo afirmar que he realizado más de 20 dietas diferentes. Sus métodos, más o menos, represivos me enseñaron que cualquier dieta, por absurda que parezca, si se cumple a rajatabla funciona. Enumeraré algunos de los regímenes que se impusieron en mi cuerpo y sus fatales consecuencias sociales
 
La dieta teocrática: Esto regímenes tienen como principio la divinización, no la comida, sino del hambre. Estas dietas, actualmente están desacreditadas por el efecto rebote. Recuerdo que mis padres pagaron a una señora 10.000 pesetas de entonces por decirme algo tan obvio como que adelgazaría comiendo 200 gramos de pescado hervido y zumo de pomelo.
El militante de la teocracia dietética vive por y para cumplir las duras exigencias del régimen. No sale con amigos. Deja de tener vida social. Yo incluso, como si de cilicios se tratasen, me sometí a un tratamiento de mesoterapia. En cada sesión, cuando veía a la enfermera armada con las inyecciones devoragrasa, sólo podía imaginarme los clarines del cambio de tercio de banderillas. ¿Porqué me desengañé? Cuando nos unimos a la dieta teocrática, el adelgazamiento se produce de forma muy veloz. Sin embargo, pasado un tiempo, el cuerpo se acostumbra a la escasez de alimentos y adelgazamos más lentamente, algo que no compensa los duros sacrificios que exige la dieta. Entonces se produce el desengaño. Un día rompemos las reglas, nos atracamos con saña –ya se sabe que no hay nada más radical que un extremista rebotado- y engordamos en pocas semanas todos lo kilos que con tanto esfuerzo habíamos conseguido adelgazar.
 
Atkins o el nazismo: Tras este periodo dominado por los taifas, mi cuerpo sucumbió a la inflación (en efecto estaba gordísima) como la república de Weimar. Así se produjo el advenimiento del nazismo dietético. Como ya he expuesto todos los totalitarismos divinizan algo. En el caso de este régimen se sacraliza sólo una clase de alimentos: las proteínas, mientras se erradican de la sociedad al resto de los alimentos. También suelen contar con líderes carismáticos, como fue en mi caso el dietista argentino Doctor Stuart, que solía fotografiar a sus goldos pasientes en ropa interior con un pizarrón con su correspondiente peso. Parecíamos una corrida de Miuras.
Este régimen falló porque después de muchas semanas encerrada en casa sin salir mi cuerpo se sublevó. Cometí el fatal error de irme a cenar una noche con una amiga de la oposición y arrasé con todo el restaurante.
El problema de estos regímenes sin límite de cantidad es que acostumbramos al estómago a saciarse sólo tras ingerir enormes cantidades, de modo que al comer alimentos prohibidos, reclama la misma cantidad de alimentos permitidos. Entonces nos instalamos en un estado de ansiedad y reclamamos todo de lo que el régimen nos privaba. Pedimos cruasanes, pastas y la cabeza de Maria Antonieta. Además la falta de hidratos de Carbono provocan falta de serotonina, conduciéndonos a la depresión. Días después cuando volví a la consulta y el doctor me acusó de estar pansona, y ya no pude volver.
 
Disocialismo dietético. Llegué al disocialismo después de vivir una serie de ridículos en fiesta de disfraces en París. El tema era Titanic, y aparecí vestida de Iceberg. Demasiado largo para relatarlo en estas escuetas líneas.
Teóricamente, en el disocialismo, se pueden comer sin limitaciones todos los alimentos, excepto las grasas, los azúcares y el alcohol. Como su nombre indica, consiste en disociar y no mezclar, bajo ningún concepto, hidratos de carbono y proteínas. Se establece la lucha de clases de alimentos y la dictadura del protenariado para cenar; los hidratos de carbono se relegan a la hora de comer. Con este régimen ocurre una cosa parecida al comunismo. Los ideales son hermosos. Pero llevarlo a la práctica supone una intromisión total en la vida del individuo pues si es relativamente fácil tomarse un filete con ensalada, pedir unas lentejas, sin aceite ni algarabías chacineras resulta prácticamente imposible. Nuevamente renunciamos a la vida por el régimen y a fuerza de comer pasta y lentejas reaccionarias ( es decir con aceite y chorizo) acabamos engordando.
 
Guerra Fría: Al considerar mi cuerpo como una nación independiente, pasaré a considerar las relaciones con otras personas como relaciones internacionales. Bajo un tiempo estuve bajo la influencia de los Delgados Unidos, un meltin pot, donde predominaban las féminas flacas y agraciadas pero que permitía la adhesión de cualquier facción. Luego un novio obsesionado con la perfección de medidas y una amiga mía, bastante darvinista dietética (sólo debían sobrevivir los delgados), constituyeron la Unión Dietética, a la que me uní medianteun gran salto adelante, con el Régimen de la Sopa quemagrasas. En una semana adelgacé ocho kilos pero dos semanas después había engordado diez. Cuando la Unión dietética se desintegró, (mi novio y mi amiga se fueron a limpiar las playas afectadas por el Prestige), dejaron un arsenal de armas de destrucción masiva en mi cuerpo que cayeron en manos del terrorismo dietista.
 
Régimen del Bocadillo. A esta dieta yo la denomino el estado del Bienestar. El régimen del estado de bienestar surgió por el fracaso de la utopía disocialista.Ante la dificultad de llevar a cabo una perfecta disociación de los alimentos, muchos militantes del disocialismo dietético decidieron evolucionar hacia posiciones más moderadas y liberales. Este régimen defiende la fusión de muchas de las premisas dietéticas del disocialismo, como las grandes cantidades, la eliminación de las grasas y el protagonismo de los hidratos de carbono, con alguna de las concesiones del liberalismo dietético. Aparentemente este sistema selecciona lo mejor de cada uno de los regímenes de adelgazamiento. Puedes mezclar jamón con pan y una vez a la semana se puede comer lo que se desees.
Ese es el motivo por el que numerosos cuerpos-naciones tratan de implantar este régimen, lo que genera un fenómeno nuevo: la globalización. En efecto, nos hinchamos.La dieta del bienestar, es tan sencillo y aparentemente fácil de seguir que las únicas normas (los únicos esfuerzos) que conlleva son justamente las que nos apetece no respetar pues el régimen termina incluso por abarcar sus propias transgresiones. Por eso el supuesto día de libertad, aprovechamos para atiborrarnos; entonces cuando pasados unos meses, alguien te dice que te nota algo “más rellena” (cruel eufemismo), se produce la quiebra de la seguridad social.
 
He obviado incluir otros regímenes que incluían pastillas y, otros terribles métodos y de los que hablo con más detenimiento en el libro, del mismo modo que explico más detalladamente mi peripecia vital y la de la gente que me rodea.
En fin tras una larga odisea y en un viaje a París, donde la dieta totalitaria dio sus últimos coletazos. Se produjo la Toma de la pastilla, un régimen que casi me lleva a la tumba. Posteriormente entré en contacto con una serie de elementos ilustrados (un ministro tuerto casado con una escritora erótica, que utilizaba el ojo de cristal de su marido para su fantasioso fetichismo y una inteligentísima gorda sin complejos) que me descubrieron el liberalismo dietético. Después de tres meses en la ciudad de las luces retorné a España, pesando diez kilos menos.
 
¿Cómo lo logré? 

Averígualo comprando el libro.


Si necesitas saber dónde pregúntanos.
 Las dietas y la libertad. Emilia landaluce
Precio 12€
Editorial Devecchi 
 
 
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