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MdelaCerda
mdelac@gmail.com
Por fin. Por fin. Por fin. Un año más, coincidiendo con la cifra par del calendario, España se enfrentaba a sus fantasmas en una nueva competición internacional. ¿Podemos? Nadie creía en el milagro o, mejor dicho, mucha gente sí creía, pero con la boca pequeña, casi menos que otros años. Recuerdo la España del Mundial de Japón y Corea del Sur; aire talentoso, mucha calidad y técnica en sus filas, con Raúl en plena forma como abanderado de la selección nacional… Y José Antonio Camacho en el banquillo, quizá el seleccionador que más ha inculcado el espíritu patriótico en los nuestros, al menos, en los últimos tiempos.
Atrás quedaba Javier Clemente, votante confeso del PNV, que si bien se distinguía por su orden y era tácticamente aceptable, no consiguió encandilarnos de la forma que lo hizo el bueno de José Antonio en 2002. Pero nos dimos con la puerta en las narices, cuando más fácil parecía, cuando jamás habíamos tenido un cruce más fácil en cuartos de final, cuando, la propia Corea del Sur, nuestra rival, había apeado a Italia en octavos, dejándonos el camino libre. Maldito 22 de junio, malditos penaltis, malditos árbitros… Y maldita escasez de pegada de la Furia Española en los momentos más decisivos.
Total, Joaquín, ese extremo como los de antes, falló su lanzamiento y el coreano Ahn batió a Casillas. A casa. Y llorando.
Este año parecía otra misión imposible, sobre todo por lo bien que jugamos la primera fase. Sí, sí, por lo bien que jugamos. España tiene la desastrosa manía de verse eliminada de manera trágica cuanto mejor es su juego a lo largo de una competición. Y llegó Italia, y los cuartos de final, un binomio que, a simple vista es para echarse a temblar, ya que no ganamos a Italia en partido oficial desde los JJ.OO. de Amberes en 1920. Además, desde la final de Francia’84, España había caído tres veces en cuartos en el Mundial, y otras tres en la Eurocopa, resultados que, además, fueron sus hitos entre 1984 y 2006. Y ahí, casi todos estuvimos de acuerdo: es muy difícil pero, si se pasa, ganamos la Eurocopa. Sonaba el pito (con perdón) del árbitro alemán Herbert Fandel. Y comenzamos a recordar chispazos de la primera fase; cómo aplastamos a Rusia, con un poquito de suerte, pero metiéndole cuatro goles como cuatro soles; la manera en la que sufrimos para doblegar a Suecia con el maravilloso gol de Villa en el último minuto; el paseo que realizaron los suplentes para ganar con total justicia a la que era la vigente campeona de Europa (Grecia)… En fin, flashes, comparaciones y demás cosas que vienen a la cabeza cuando se juega un partido de tal transcendencia. Italia fue a lo suyo y, España, a lo nuestro.
Italia te machaca: es tácticamente perfecta, tiene mucha fuerza y suele tener a un matador arriba. En esta ocasión, el matador fue cogido por el toro porque, Luca Toni, delantero estrella del Bayern de Munich, hizo de todo en esta Eurocopa menos meter un solo gol.
Así es difícil que Italia llegue a una final. Cuando jugaba con Paolo Rossi, Roberto Baggio, Alessandro del Piero (en plenitud, no en el banquillo) o incluso Christian Vieri, era otra cosa: en la Eurocopa de Austria y Suiza no tenían gol, y lo pagaron.
La verdad es que hicimos méritos para haber ganado el partido, ya fuera en los 90 primeros minutos o en la prórroga que se disputó por terminar empatados a cero. Pero el cruel destino acechaba a España, y es que parecía un guión de un niño de primaria: “¿España-Italia? Jugaremos mejor, empataremos a cero y nos eliminarán en los penaltis”. ¡Qué no! Que debajo de nuestra portería se erguía un monumento a los guardametas, un portero, Casillas, que si bien siempre se le ha reconocido como uno de los mejores de Europa, llegaba el momento de demostrar quién mandaba, si él o Buffon, el número uno.
Y ahí estuvo San Iker, parando dos penaltis (el primero en una estirada de funambulista). Cesc Fábregas tiró el último y… ¡Gol! Corrió hacia el córner para que se le tiraran encima, pero rápidamente se dio cuenta que sus compañeros se apiñaban en torno al número uno mundial debajo de los tres palos…
La semifinal era rara. Rara porque nos enfrentábamos contra un equipo que había sucumbido al maremoto español en la primera fase. Una Rusia renovada que incluía a uno de sus jugadores estrella, ausentes en el primer choque: Arshavin, la nueva perla del fútbol ruso, que se quedó durmiendo, dentro de su concha, durante toda la semifinal. Literalmente volvimos a arrasar, mucho mejor que en la primera fase: Xavi… ¡Gol! Silva… ¡Gol! Güiza… ¡Gol! Para dentro, como le dirían a Romerales. Lo negativo, la lesión del pichichi Villa, que se quedaría, a la postre, sin jugar la final. Sólo faltaba Alemania… ¿Sólo? Era mucho para ser sólo un equipo de fútbol.
Ya sabemos todos lo que dijo una vez (a mi gusto, una tontería) Gary Lineker, eso de que el fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre ganan los alemanes… Lineker fue uno de los mejores delanteros de la historia de Inglaterra, y por eso su cita tiene repercusión. Lo que pasa es que suele ser muy manida cuando los alemanes ganan, o antes de un partido, pero… me pregunto dos cosas: ¿Les sentará bien a los alemanes, no es despectivo, no se quita mérito a su esfuerzo y calidad? Y, la otra es que Alemania no gana un mundial desde el 90, año en el que jugó como Alemania Federal; y la última Eurocopa en el 96, tras dieciséis años de sequía. ¿Acaso no han jugado al fútbol desde entonces? No serán tan imbatibles, pues. Además, el juego alemán no fue, precisamente, el más brillante de la Eurocopa, pero de ahí la frase de Lineker: “ojo, que os la hacen”.
Aun así, España fue superior, por arriba, por abajo, por delante y por detrás. Tris tras. Golazo, golazo, golaaaazo de Fernando Torres, que en el Atleti era El Niño, pero en el Liverpool es El Rey.
¡Final! Terminó el suplicio, tan increíble que esperaba más expresiones de júbilo al instante, pero la gente todavía no se lo podía creer. Cuando el Madrid o el Barcelona ganan una liga, la exaltación es más fuerte al instante, pero se apaga con mayor velocidad: aquí ocurrió al revés, porque poco a poco la gente se percató de que estábamos haciendo Historia, de la buena. Y, por fin, gallegos, asturianos, cántabros, vascos, navarros, riojanos, catalanes, aragoneses, castellano leoneses, madrileños, valencianos, baleares, castellano manchegos, murcianos, andaluces, extremeños, ceutíes, melillenses y canarios unidos (aunque a algunos les joda, con perdón, pero no encuentro sinónimo apropiado) en torno a la selección española y a todo lo que ello implica: diversidad unida bajo la bandera roja y gualda.
Y, por cierto, ¿la plaza Roja no estaba en Moscú? ¿La cambiaron de sitio, como hicieron con el Templo de Debod, y la trajeron a Madrid? Quizá me he perdido algo. |
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