INFLUENCIA DE LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS
EN LA PIEDAD POPULAR NAVIDEÑA
Juan Silvela
Es frecuente la representación de la Sagrada Familia en nuestros
nacimientos navideños en una gruta aislada o en un establo exento. Pero la visión de La Virgen, San José y el Niño, constituyendo una familia reducida, derivada principalmente de los relatos de la infancia de los evangelios apócrifos, concuerda más con la sociedad greco-romana que con la palestina de tradición hebrea. Todavía en el siglo I, tenían plena vigencia costumbres y tradiciones recibidas de su pasado nómada. Un reflejo de éstas se encuentra en su propio idioma, pues ni en arameo ni en hebreo se dispone de una palabra que exprese específicamente el grado de parentesco. El vocablo “´ahim” (hermanos) comprende a todos los integrantes de un clan, bajo la autoridad de un mismo patriarca. Era el tipo de familia más frecuente en la comunidad hebrea. Esto explica la existencia de los hermanos de Jesús: Santiago y José, Simón y Judas y sus hermanas, citados por Mateo (13,55/56) y Marcos (6,3). Sin embargo, los evangelios apócrifos, con el fin de destacar la virginidad de María, describen a San José como anciano y viudo. En Oriente, los ortodoxos justifican de esta forma la existencia de hermanos de Jesús. También algún exegeta occidental se ha declarado partidario de esta teoría.
Como a los cristianos de los primeros siglos les parecía muy duro el rechazo de San José y la Virgen en la posada de Belén por falta de sitio, según la versión de la Vulgata, tendieron a modificar el relato y así fue recogido en los evangelios apócrifos. Se omitió la llegada a Belén, para lo que se adelantó el parto de la Virgen en una gruta antes de la llegada al pueblo. Hoy en día se concede escasa veracidad histórica a los apócrifos, pero también se cuestiona la traducción de San Jerónimo (Vulgata). Los exegetas de la Fundación San Justino del Arzobispado de Madrid, explican que la palabra griega katalyma no debe traducirse por posada, como se ha hecho tradicionalmente.En Lucas 22,11/12, se utiliza para designar el cenáculo y en Marcos 14,15 se emplea como sinónima de sala espaciosa. Además, en la parábola del buen samaritano, Lucas designa a la posada, donde es recogido el viajero asaltado y herido, con el vocablo griego pandocheion. Por tanto, la traducción correcta del versículo 2,7 del Evangelio de San Lucas, según estos investigadores, debe ser: Y dio luz a su hijo, el primogénito, y lo envolvió en pañales y lo reclinó en el pesebre, mejor que el cual no tenían un lugar en la estancia. Como consecuencia, desaparecen la posada y el rechazo.
Según el arqueólogo Joaquín González Echegaray, las casas corrientes palestinas solían tener una amplia sala común, a veces dividida en dos, y un lugar para el ganado excavado en la roca, sin solución de continuidad con la citada estancia, aunque podría estar a diferente nivel. Además, las viviendas de un mismo clan estarían unidas por un patio común. Así pues, San José, obligado por el edicto de Cesar Augusto y como es lógico, acudiría a su casa familiar de Belén y, ante la proximidad de parto, limpiaría y prepararía el establo para conseguir un mínimo de intimidad, pues la sala común estaría repleta de parientes próximos que habrían acudido al censo, lo mismo que él. Tal y como explican estos exegetas el gran acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios, tiene diferencias importantes a como lo relatan los apócrifos, pero seguramente su versión es de mucha mayor precisión histórica.
Otras leyendas de los apócrifos han llegado hasta nuestros días y están, en consecuencia, representadas en nuestros nacimientos. Por ejemplo, la vara florecida de San José o la paloma que se coloca sobre el portal de Belén. Fueron las señales que aparecieron en el bastón de San José y que decidieron al Sumo Sacerdote, en algunos evangelios: Zacarías, a designar al santo patriarca como guardián de La Virgen. Claro que no todos reconocen esta última costumbre y aseguran que la paloma sólo representa al Espíritu Santo.
Por supuesto, no se puede dejar de citar al buey y al asno, que nunca faltan en nuestros nacimientos. En el capítulo XIV del Evangelio del Seudo-Mateo se relata como adoran al Niño Dios recién nacido. En este mismo evangelio se lee el delicioso milagro de la palmera que se inclina para ofrecer sus dátiles a La Virgen y calmar su hambre por mandato del Niño, a veces representado en algunos nacimientos.
Otros milagros portentosos y deliciosos no han tenido reflejo en la piedad popular, como los leones o tigres que, amansados, guían la caravana de la huida a Egipto; o la conversión de las pequeñas figuras de barro en gorriones, así como la igualación de los largueros de madera de diferente longitud por error del bueno de San José, que el Niño resuelve con suma facilidad. Aunque si ha trascendido hasta hoy su profesión de carpintero, cuando es más preciso históricamente la de constructor de casas humildes. Por último, determinados milagros que tienen un fondo de venganza o de crueldad, como es lógico, también se han olvidado.
En el Evangelio Armenio de la Infancia de Jesús, encontramos los nombres de los magos, en realidad sabios discípulos de Zoroastro, convertidos ya en reyes y que llegan a Belén al mando de tres numerosos ejércitos. Esta transformación se debe, quizás, a la influencia del salmo 72, en el que se anuncia el mesianismo universal, profetizando que: los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán (al Mesías) dones. Con este relato parece ser que comienza la fijación del número de tres para los reyes magos. Es posible que haya sido motivado por los tres presentes que ofrecen al Niño Jesús: oro, incienso y mirra, según el relato del Evangelio de Mateo; pero también al interés por representar a las tres razas a que dan lugar los hijos de Noe después del Diluvio (Sem, Cam y Jafet). Así, Melchor, con su larga barba gris, representa a la raza europea (Jafet); Gaspar, joven y rubio, a los semitas asiáticos (Sem); y Baltasar, moreno, a los camitas africanos (Cam). Doy por supuesto que esta clasificación no tiene un fundamento científico, pero es que los apócrifos no son nada fiables y se compusieron para promover la piedad popular e incluso, a veces, para defender doctrinas heréticas como las gnósticas. Para un lector normal, resulta evidente la superioridad de los Evangelios Canónicos, no en vano han sido inspirados por Dios.