VIAJE A PAKISTAN-AFGANISTAN
Paloma González del Valle
Llegué a Islamabad, la nueva capital de Pakistan, el día que SS el Papa Pablo VI murió. Llegué a Kabul (Afganistán) el día que, tras la fumata blanca, fue elegido el Papa Juan Pablo I.
Fue un viaje mágico y a la vez, lleno de dificultades e incidencias. A nuestra llegada al aereopuerto de Islamabad, nos perdieron el equipaje que, todo hay que decirlo, no es lo mismo que perderlo en París. ¿Dónde comprar un cepillo y pasta de dientes y algo “normal” que ponerse?.
Pakistán, entonces bajo la dictadura del General Pia, era un país duro y árido, carente de los artículos más elementales, donde se cortaba las manos a los ladrones, se azotaba por pequeños delitos, y se ahorcaba a la gente por delitos mayores. ¡¡¡En la plaza Mayor y en público!!!
No me gustó mucho. Me impresionó el Karakorum, también el valle del Swat, pero sobre todo me impresionó que Alejandro Magno llegara hasta allí y hubiese fundado una de sus muchas ciudades, de la que aún quedaban claros restos.
El mercado de Peshawar era extraordinario. La más alta tecnología de la época en TV, frigoríficos, lavadoras, etc. en una ciudad donde apenas había… electricidad… Y el mercado de armas… Escopetas Holland, Purdy y Brancard copiadas hasta con números de serie… rifles Express al lado de bolígrafos que disparaban balas del 22… Totalmente surrealista.
Cuenta la historia que, cuando llegaron los ingleses, libraron una batalla con las tribus de patones o pastunes, a los que vencieron con facilidad, ya que los locales no tenían armas. Tras la derrota se reunieron todos los jefes pastunes, abandonando sus querellas tribales, y enviaron a sus hijos a servir en el ejército ingles, lo que hicieron durante varios meses. Aprendieron a disparar, a cargar, a todo los que los ingleses les podían enseñar. Una noche, todos los pastunes desertaron con sus armas, y los ingleses no supieron más de ellos, hasta que pasado algo más de un año, fueron atacados por todas las tribus, que esta vez alcanzaron la victoria. Los pastunes habían copiado las armas de los ingleses tan perfectamente, que no se podían distinguir de las originales ni por los números de serie.
Los pastunes siguen siendo muy beligerantes. Se nos estropeó el todo terreno en su territorio y nos aconsejaron que, mientras lo arreglaban, no habláramos con nadie si no lo hacían antes con ellos. Daban miedo, pues iban armados hasta los dientes. Al final, como siempre, fueron los niños, llenos de sencillez, alegría y curiosidad, quienes tendieron puentes de amistad entre nosotros y los adultos. Fue, sin duda, lo mejor de Pakistán.
Cruzamos la frontera con Afganistán a pié, acompañados por un curioso e indignante grupo que consistía en un hombre montado en un burro, cuatro burros cargados con distintos fardos y, cerrando la comitiva, tres mujeres con burka (era la primera vez en mi vida que veía un burka) cargadas a su vez, con enormes haces de leña.
Y, a pesar de todo, me enamoré de Afganistán… pero eso os lo contaré otro día…