El cuaderno de Bitacora  
 
  Un paseo a Caballo 22-01-2025 05:44 (UTC)
   
 

Querid@s Tod@s: 

Estamos en verano, la gente guapa se adueña del sol y lo funde con cremas irisadas en torno al bronceado. Los foulares salen a cubrir los hombros perfumados en multitud de tonos, vestidos cortos, estilosas bailarinas en afluencia de colores alegres, mini caftanes y maxiblusones puestos con un cinturón y unas buenas sandalias. Los niños se ponen polos de colores palo, camisas blancas de algodón, los mocasines, las zapatillas de esparto… Pieles morenas y sonrisas blanqueadas, miradas clandestinas detrás de las hojas de palmera que adornan los locales estivales nocturnos, recogidos apurados que mendigan besos furtivos detrás del sudor y las copas…

 El verano es ese amor taciturno que se esconde tras los mensajes que funden el cantar del gallo con el ‘politono’ resultón de moda adolescente. Es ese olor sabroso y comestible de las cremas protectoras, las boqueras del dominguero que reparte la sandía entre su boca y su pectoral blanquinoso y peludo, los sudores que armonizan bajo la sombrilla los ronquidos severos del obrero que descansa las tres de la tarde con la fresquera, adornando su camiseta de tirantes de miguitas del pan del almuerzo, frente a la playa. El verano es esa nube roja que se detiene a ver la resaca del mar al atardecer y que cubre de pajitos al campo.

 A mi me encanta el verano porque es como una primavera sin alergias y con licencia para hacer “topless” y tomar mojitos casi a cualquier hora. Me encanta porque la gente sonríe más ante la perspectiva de un descanso bajo las chicharras de la sierra o sobre la tumbona que deja caer arena de los pies a la arena de la playa. La piel caliente y bronceada que se derrite al sol del medio día…

 Siempre que pienso en el verano me lo imagino como un lago inmenso de agua cristalina cubierto de palmeras y pinos, y con un suelo verdoso de césped húmedo. Y veo las piedras de “Hansel y Gretel” hechas de piedras blancas pulidas de cantos rodados que bordean un camino de hamacas blancas de madera de teca, con mesas adornadas de jarras de hielo con hierbabuena y limón.

 Mis veranos siempre comienzan en Sábado, a eso de las siete de la mañana, que es cuando mi padre, que tiene más paciencia, nos despierta remolones para tomar el desayuno y coger los bártulos para llevarnos a pintar. Mis mañanas de verano comienzan pintando barcas de pescadores mientras hacemos círculos imprecisos en la arena con nuestros pies descalzos, protestando continuamente por el fuerte olor a pescado crudo que desprenden aquellas redes que cosen y remiendan aquellos señores de piel curtida.

Mis veranos tienen color picota madura y huelen a eucalipto seco. Y se esconden en un lugar repleto de dunas de arena caliente o muy fría según se vaya posando el sol, entre pinos, bananos y palmeras. Con el griterío lejano de la gente que se queda de sobremesa en el jardín, o los ronquidos de las siestas. Miro de reojo al verano escondida entre una sábana vieja de algodón que me tapa hasta la cabeza mientras me balanceo en la hamaca a ver si me duermo de una vez por todas; pero nunca funciona, así que me conformo con escuchar el relincho lejano de los caballos cuando se acercan los perros muertos de sed. Y los campos de golf que amontonan ‘buggies’ chulos a los que mi padre jamás me deja subirme.

 Los veranos son estancias maravillosas que se guardan en el recuerdo y en el anhelo de esas semanas que deseamos tener. Los pintamos con cielos azules y playas cálidas color turquesa, grandes barcos que despliegan velas impresionistas allá donde se funde el mar con el cielo, lujosos yates que aglutinan bebidas frías y pareos, y grandes llanuras a pie de montaña donde descansa un lago dormido. Son amores atrapados en los diarios de hace muchos años que deseamos reencontrar, flirteos inocentes que se mezclan con el ruido seco de las pelotas que impactan con las palas a ras de agua. Pero sobretodo; decir verano es hacer un canto al optimismo.

 Al verano me encanta mirarlo desde el ángulo exacto entre la higuera y los olivos del primer jardín, porque al anochecer sólo se ve la luz de la luna y la de aquel inmenso castillo que a lo lejos se ilumina en tonos amarillentos. Es como si el tiempo no hubiese jamás escapado de aquel lugar y los higos fueran, un año tras otro, los mismos que salen a respirar verano después de las brevas. Las ranas y lagartijas que se hacinan en la charca posterior a la piscina resbalan de mano en mano croando muy enfadadas, y los nenúfares de Monet abandonan su historia de arte pedigüeño y salen esplendorosas al vaivén de aquel charco cubierto de moho y humus.

Los veranos son vestidos cortos de noche con sandalias de tacón y largos vestidos de algodón, blancos a ser posible, sin zapatos. También son camisas habaneras, camisolas de hilo de cuello ‘tao’, y mocasines o náuticos a pie de espetos con una gran jarra de vino rellena de melocotones fríos.

 En verano es tiempo de pintar cuadros de colores alegres, de escuchar violines de orquesta de Vivaldi, y de tirar por el lavadero el “Lambrusco” y pasarse directamente al “Manzanilla” con un plato cubierto de aceitunas verdes aliñadas, mientras esperas que pase la mañana para ir después a los toros.

 Eso es una manía muy mía; siempre asocio los toros y las corridas de toros con el verano. Me imagino a “Morante de la Puebla” en su finca, repartiendo vino fino en su picadero y platos de ‘jabugo’ antes de sacar al tentadero a un torito bonachón que brinda a sus amigos. Y también me veo compartiendo barrera con mi padre a un lado y con una señora peinada con moño, flor en el pelo, vestida de meretriz, y llorando a moco tendido cuando su torero de escarceos no muy ortodoxos sale por “la puerta grande” con dos orejas y el rabo.

 Este verano está siendo un poco raro, hay poca gente en general en todas partes y la que hay es básicamente aquella que siempre sobra. Las mañanas son más silenciosas y madrugo más para ver desde el balcón de mi dormitorio a los deportistas haciendo ‘jogging’ a la vera del mar.

 Esta mañana me despierta mi amigo Nicolas, un francés multicultural de pro que me envía este mensaje: “Hello querida! Am back from Fuijeirah we’ve been flying Cessna all day… Tomorrow Egypt!. Please come to 26-Aug 2-Sep to find me!! Very Relax…” Y claro, yo lo primero que hago es mirar el despertador y cabrearme lo suyo porque ayer estuve de cena hasta las 3:30 de la madrugada, eran oficialmente las 6:30 a.m. en horario español, y a esas horas yo no concibo que me despierten a menos que sea una cosa grave como que han saboteado las mejores zapaterías del mundo y algún o alguna indeseable se ha hecho con semejante botín por la cara sin haber contado conmigo previamente, o bien; que algún amigo y/o familiar solidario me quiera avisar de que en menos de dos horas vendrán mis tíos con el cargamento de críos a que se los cuiden porque se van a jugar al golf; para que me de tiempo a lavarme los dientes, echarme crema protectora, y coger las llaves del coche para salir pitando huyendo de la quema…

 Así que ya no pude dormir más… Me levanté, y aún la asistenta no había hecho la compra, así que me conformé con tomarme unas galletas bañadas en coco y salir al jardín a ojear las revistas de decoración que había comprado hacía un par de días… Pensé que estaría bien irme con Nicolas, que tiene amigos por todo el mundo y siempre es una risa quedar con él porque todo es prácticamente improvisado… Pienso en enviarle un mensaje para informarle de que tal vez sea lo mejor que pueda hacer y pasar de ir a Jerez y a Marbella, pero decido devolverle la broma y esperar a enviarle el mensaje a las 5 de la mañana para que se fastidie por haberme despertado.

 Papá desde el accidente está de mejor humor; ¡qué cosa más curiosa!, ¿no?... Yo creo que es porque la gente que le conoce le inunda de regalos y a estas alturas ha recibido tanta cantidad de puros que podría hacer una casa de “Cohibas” con ellos. Está silbando a todas horas y no para de pintar (obligándome a mí a hacer lo mismo como cuando era pequeña). Se coge sus muletas para no apoyar su pierna enyesada,  y ahí que estoy yo con el sombrero de paja incrustado a ras de ceja (me lo suele encajar él porque siempre se me olvida y es la excusa que le pongo para poder regresar antes), con los caballetes portátiles, las poltronas de plástico con las toallas para cubrirlas, la sombrilla para taparnos del sol chicharrero… y así; como una mula de carga, me veo abriéndole el coche para que una vez que mi padre se ha subido, me empiece a increpar con su tono optimista que a ver si me doy un poco más de prisa o nos vamos a quedar sin paisaje que pintar… GRRRRRRRR!!!!!!!!!!

 Mi padre es un padre simpático, generoso, de palabra ágil, fuerte vozarrón, y de un “charm” especial que le hace estar siempre rodeado de gente que le mima, le admira, le cuida y le adora… Yo quiero ser como él (en otra vida, ¡claro está!; porque en ésta sería un incordio tener sus años y haber vivido la mitad de la mitad de lo que ha vivido y aprendido él, o sea, ¡que ya llego tarde!), porque ser un hombre es un gran inconveniente en este momento en el que mis planes futuros se acercan más a tener un enorme vestidor de 10 x 10 metros, y una larga lista de playas exóticas a las que ir luciendo pareos y trikinis sin nada más por lo que preocuparme que no sea por comer bandejas repletas de todo tipo de frutas de texturas extrañas y desconocidas, y saber si me estoy echando o no la crema adecuada en cada momento del día rodeada de amigos. 

Total, que mi padre se asoma por el balcón de su dormitorio y me dice: “¡Pequeñaaaa!, ¡Buenos días, Cariño!... ¿Nos vamos a pintar? (aquí no me da tiempo más que girar el cuello, levantar la mano y decir: “¡Buenos días, Papá!”) Venga, ¡coge las cosas mientras desayuno!”. Así que con las prisas se me ha olvidado el “Aután”, y como en Huelva los mosquitos ya nacen asesinos en serie a los que no les importa la hora del día que sea para fastidiarte, pues he venido llena de picaduras y con el pelo  lleno de mechas verdes hechas al óleo (en un ataque mío desesperado porque no me picara una avispa, se me ha caído el sombrero y yo he aterrizado con la cabeza sobre el caballete). Mi padre, que ya os he dicho que ahora todo lo ve color verde campo (el de la esperanza, el del optimismo, el del buen humor y el del tiempo libre…) me dice: “Cariño,¡jajajaja! (esta risa me molestó mucho) ¡qué guapa estás!... ¡No importa!, ahora después te ayudo a quitártelo con el aguarrás, que éste es otro que huele a limón y así no parece que te has bañado en disolvente, ¡jajajaja! (esta risa me fastidió más que la anterior y echó por tierra la poca fe que tenía de pasar un día tranquilo y sin sofocos). El día no presagia nada bueno… 

13:30 p.m. Papá está cansado de pintar (yo creo que le llega el olor del aperitivo y está deseando zafarse de aquí como sea, justo ahora que por fin he logrado que la montaña parezca una montaña y no saco de tierra desparramado por el horizonte de mi cuadro), me dice que lo mejor sería que nos fuéramos yendo a casa porque en breve el calorazo va a derretir las pinturas. No le hago la contraria, y se sienta bajo la sombrilla con su pierna tiesa y sus gafas de sol mientras yo limpio los pinceles, recojo las paletas con las briznas de óleo de tonos tierra expuestas en escalera, los trapos de lino llenos de aceite, los cartones bajo nuestros pies, pliego la sombrilla, mi tumbona, le ayudo a levantarse, le alargo sus muletas, cierro también su butacón, lo meto todo en el maletero, y me pongo furiosa al verme en el espejo del retrovisor las mechas verdes sapo.

 Papá está cantando todo el camino por bulerías, sigue el ritmo dando golpes contra su escayola marcando el compás, y yo que pintar pinto poco y cantar aún menos y peor, intento sacar el tonillo adecuado pero mi progenitor me mira sonriente y con cara de: “Es mi niña, ¡pobre!, canta fatal pero al menos lo intenta…” así que me callo en seco y prefiero que sea él el que continúe hasta que llegamos a casa. 

Al primero que veo es a mi primo Antonio, con los patines de su hermana Ana (él usa un 34 de pie y Ana un 37), pero a él eso no le importa y se los ha rellenado con 3 calcetines que a saber de qué habitación los ha cogido. “¡Primaaaaaa!, ¡mírame!... ¿Ves como soy mayor?. Ahora que sé patinar en línea puedo ser el amo del mundo porque llego antes que nadie a los sitios. ¡Prima!, ¡Prima!, ¡Rocíooooooooo!, como sigas siendo así de mala y no me hagas caso te piso con los patines para que te escayolen a ti también!”. Mi primo Antonio es un energúmeno, anda todo el rato diciéndole a mi hermana que es una falsa dentista porque no se ha dado cuenta de que ya se le han caído cuatro dientes, y que los colmillos a él no le salen, y que él quiere que le salgan pronto para ver si son con mucho pico como los del “Conde Drácula”. ¡Nos tiene fritos!. Mi abuelo ayer le dejó una corbata porque se empeñó en que quería aprender a hacer el nudo, y después de estar media hora enseñándole y que no le saliera, se enfadó y agarró la corbata y la tiró directamente a la piscina. Después, a la hora del baño se puso sus gafas de buceo y la sacó, y nos explicó a todos que para ser un mafioso tenía que saber hacerse los nudos de las corbatas e ir vestido de viejo (con traje y chaqueta), porque los que no visten así son pobres muy pobres, y los que visten “de viejo” como el abuelo, es que tienen mucho dinero; como los mafiosos… Así que después de bañarse, ató la corbata a un árbol, y se pasó toda la tarde con la cabeza agachada mirando al árbol y dejando la susodicha corbata hecha un trapo de tanto nudo como le hizo…

 Después del almuerzo se ha subido como los demás peques a dormir la siesta, pero al cabo de diez minutos ha bajado con el cepillo de dientes en la boca diciendo que como se le había olvidado lavarse los dientes no se había podido quedar durmiendo, así que se sube encima de mi para que le acune y le cuente algún ‘cuento secreto’ (cuento inventado que cada vez tiene un final distinto o un argumento diferente), y se queda dormido encima de mi. Le cojo en brazos y lo tumbo en un sofá del porche, y entonces abre un ojo y me dice: “Prima, ¿es que te crees que soy tonto?. Yo quiero dormir contigo, si me acuestas aquí me despierto…”. Me siento en el sofá y él apoya la cabeza en un cojín puesto en mis rodillas y así aguanta media hora a duermevela hasta que definitivamente me dice que le ayude con los calcetines que tiene que practicar con los patines y después con la corbata. Finalmente acaba dentro de la piscina con los patines dentro del agua y sin poder salir porque le pesan tanto que no puede levantar los pies… Y finalmente acabo yo mojada perdida, con un moratón increíble en el empeine del pie porque no para de pisarme todo agobiado al no poder subir por las escaleras con esa cosa con ruedas… 

 Pese a todo tengo una familia divertida y sin mayores problemas, tengo un montón de primos de todas las edades que cuando no te dan la lata por una cosa, te la dan por otra. Tengo un montón de tíos y amigos de mis padres que también considero tíos porque desde pequeña siempre han estado por casa y se les ha considerado y llamado así: Tío Fulano, Tío Mengano, etcétera, etcétera… y que son un gran alivio cuando estoy sola en casa y no sé a quién llama mi padre para traerle el camión de leña, o cuando se ha roto en pleno invierno la tubería del agua, o cuando no funciona la calefacción, o cuando mi abuela se empeña en conducir (porque dice que a sus años, aunque ya no le hayan querido renovar el carnet, ya no la pueden meter en la cárcel), les llamo y son ellos los que median entre mi abuela y el coche, o los que localizan al fontanero, al electricista, o los que me traen gasolina cuando el coche me ha dejado tirada por algún camino de Dios…  Esos Tíos son los mejores; están cuando tienen que estar y el resto del tiempo no andan molestando únicamente por el hecho de que pueden hacerlo al correr por nuestras venas la misma sangre

  A mi Tía Lola hoy le ha dado un ‘patatús’ justo después de que los niños merendasen y se acicalaran para salir a darse una vuelta, ella dice que el calor le da sofocos pese a no estar en edad menopaúsica, y se ha puesto muy aspaventosa meneando el abanico y suplicando sus minutos de tranquilidad para que nos lleváramos el resto a sus niños y a los otros a darles una vuelta. Yo creo que lo ha hecho con maldad, para que mis primos mayores y yo nos quedáramos con sus cuatro infernales niños y así quedarse ella a sus anchas respirando tranquilidad y silencio… 

            Total, que nos repartimos a los once niños que había esta mañana en casa. Mi primo Germán y yo nos hemos llevado a Antonio, su hermana Ana (que es una monada de niña de 11 años que cuida siempre de él), a Blanca y a Bertina. Mis Tíos ‘verdaderos’ se han llevado a Berenice, a Marta (hermana de Antonio y Ana) y a Bruno (los niños cuyos nombres empiezan por B son los hijos de mi tía la del “síncope falso”, que aseguraba que quería hijos que compartieran las mismas iniciales en nombre y apellidos: B. G.deB. M. ¡Cuánta tontería junta llevan mis genes!). Mis abuelos con mi padre y sus muletas llevan al resto que son más mayores y menos propensos a provocarles un infarto: Sara, Sofía, Clara y Manuel.

  

Germán y yo nos llevamos a “nuestros” niños a un pueblo de aquí cerca que está en fiestas, y allí los dejamos subirse sin descanso a todo tipo de “cacharritos” de la feria haciéndoles ir cogidos de la mano de dos en dos, y cada uno vigilando al otro para que al menos no se pierdan. Yo cruzaba los dedos porque se cansaran pronto y pudiera tener al menos diez minutos libres para que me diera tiempo a irme a la zona del mercadillo donde están los “hippies” (o sea; donde ponen todo tipo de cosas horteras que se repiten en cada mercadillo, de cada pueblo, y de cada feria; donde siempre se pregunta los precios de todo y acabas comprando a lo sumo un ‘foulard’ que únicamente te llevas a la playa para que te tape la cabeza del sol). Total, que como no se cansan y cuando mismo bajan de la susodicha atracción se ponen pesados para repetir, ya me veo en la obligación de ir al tío de la caseta y suplicarle hasta con lágrimas en los ojos que me de un descanso; le doy un billete de veinte euros y le ruego que: _“¡Por Dios!, No pare usted la atracción hasta asegurarse de que aquellos cuatro que se están tirando de los pelos acaban mareados, o sea; le estoy dando veinte euros para que esté diez minutos enteritos subiendo y bajando al ‘canguro’ ese sin parar”. Germán me dice que me vaya tranquila que ya se queda él, y justo cuando estoy preguntando en el segundo puestecillo por el precio de unos pendientes, ¡justo entonces!… “¡Prima!, ¡ya te querías deshacer de nosotros!, ¿eh?” (esto lo dice Antonio con gesto displicente después de haberme dado un puñetazo en el culo). “Nosotros también queremos comprar cosas, yo tengo cinco euros que le pedí al Tío Cosme hoy, si tú me compras lo que yo quiero después te doy un par de euros” (lo dice todo digno, el mocoso, mientras yo siento la vena que va del cuello al cerebro a punto de explotar, y busco con los ojos a Germán, que está en un segundo plano, para fulminarlo).  Germán me dice que nada más irme, como los niños aún no habían subido a la atracción, que estaban haciendo cola, al verme, salieron pitando detrás de mi, él les dio alcance, pero por más que insistía en que yo sólo iba al baño, se empecinaron en seguirme desdeñosos a ver si era verdad o no…

             Cuando pasé de nuevo por la caseta del feriante me dieron ganas de ir a reclamarle los veinte euros, pero la idea se me quitó pronto de la cabeza al ver a Bertina y Blanca (Ana que es lo más mono del mundo llevaba fuertemente aferrado a su hermano de la mano ante mi promesa de que le compraría al día siguiente una bolsa auténtica de “Hello Kitty” para irse a la playa) que echaban a correr para montarse en “los coches de choque”. 

            A la hora de la cena no había quien los recogiera y los pudiera meter en el coche, Bertina y Antonio, los más pequeños (tienen la misma edad) lloraban a moco tendido porque aún no habían repetido en una atracción, Ana protestaba porque a ella nadie le hacía caso y estábamos más pendientes de su hermano y de las primas que de ella (con toda la razón, la pobre…) y Blanca se empeñaba en que un chino le hiciera un tatuaje de “henna” con una mariposa…  

            Dentro del coche Antonio se quedó dormido. Cuando llegamos se puso a llorar porque al despertarse se dio cuenta de que los otros no habían llegado aún, y él ya estaba dentro de casa, así que la tomó con Germán que le había llevado en brazos hasta el sofá donde se despertó. Y las niñas se aunaron a su causa pidiéndonos que llamáramos a los Tíos para que vinieran pronto.

             Total, son las doce y media de la noche y ya están acostados. Abajo el murmullo de “los mayores” resuena en palabras indescifrables mezcladas con risotadas,  yo tengo picores por todo el cuerpo y me duele el pie como nunca por causa de ese moratón “in crescendo” que me hizo Antonio con sus patines pasados por agua…     

            Deseo volver a ese verano lleno de tranquilidad y de espuma, de flamenco suave y lejano, de paisajes bellos bañados por el mar, y de siestas reparadoras ajenas a los mosquitos y al pestazo del “Aután”…

                                              Besazo Grande,

                                          Rocío Medina

 P.D.: No veo llegar el momento en que suene mi despertador a las 5:00 a.m. para enviarle el mensaje a mi amigo Nicolas y decirle que me espere para ya mismo…

 
 
  El Cuaderno de Bitacora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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